(El Mundo a los Ochenta Años. Parte II». Madrid
1934)
Ramón y Cajal en su época de estudiante |
«Deprime y entristece el ánimo, el considerar la
ingratitud de los vascos, cuya gran mayoría desea separarse de la Patria común.
Hasta en la noble Navarra existe un partido separatista o nacionalista, robusto
y bien organizado, junto con el Tradicionalista que enarbola todavía la vieja
bandera de Dios, Patria y Rey.
En la Facultad de Medicina de Barcelona, todos los
profesores, menos dos, son catalanes nacionalistas; por donde se explica la
emigración de catedráticos y de estudiantes, que no llega hoy, según mis
informes, al tercio de los matriculados en años anteriores. Casi todos los
maestros dan la enseñanza en catalán con acuerdo y consejo tácitos del consabido
Patronato, empeñado en catalanizar a todo trance una institución costeada por
el Estado.
A guisa de explicaciones del desvío actual de las
regiones periféricas, se han imaginado varias hipótesis, algunas con ínfulas
filosóficas. No nos hagamos ilusiones. La causa real carece de idealidad y es
puramente económica. El movimiento desintegrador surgió en 1900, y tuvo por
causa principal, aunque no exclusiva, con relación a Cataluña, la pérdida
irreparable del espléndido mercado colonial. En cuanto a los vascos, proceden
por imitación gregaria. Resignémonos los idealistas impenitentes a soslayar
raíces raciales o incompatibilidades ideológicas profundas, para contraernos a
motivos prosaicos y circunstanciales. «
¡Pobre Madrid, la supuesta aborrecida sede del
imperialismo castellano! ¡Y pobre Castilla, la eterna abandonada por reyes y
gobiernos! Ella, despojada primeramente de sus libertades, bajo el odioso
despotismo de Carlos V, ayudado por los vascos, sufre ahora la amargura de ver
cómo las provincias más vivas, mimadas y privilegiadas por el Estado, le echan
en cara su centralismo avasallador.
No me explico este desafecto a España de Cataluña y
Vasconia. Si recordaran la Historia y juzgaran imparcialmente a los
castellanos, caerían en la cuenta de que su despego carece de fundamento moral,
ni cabe explicarlo por móviles utilitarios. A este respecto, la amnesia de los
vizcaitarras es algo incomprensible. Los cacareados Fueros, cuyo fundamento
histórico es harto problemático, fueron ratificados por Carlos V en pago de la
ayuda que le habían prestado los vizcaínos en Villalar, ¡estrangulando las
libertades castellanas! ¡Cuánta ingratitud tendenciosa alberga el alma
primitiva y sugestionable de los secuaces del vacuo y jactancioso Sabino Arana
y del descomedido hermano que lo representa!.
La lista interminable de subvenciones generosamente
otorgadas a las provincias vascas constituye algo indignante. Las cifras
globales son aterradoras. Y todo para congraciarse con una raza (sic) que
corresponde a la magnanimidad castellana (los despreciables «maketos») con la
más negra ingratitud.
A pesar de todo lo dicho, esperamos que en las
regiones favorecidas por los Estatutos, prevalezca el buen sentido, sin llegar
a situaciones de violencia y desmembraciones fatales para todos. Estamos
convencidos de la sensatez catalana, aunque no se nos oculte que en los pueblos
envenenados sistemáticamente durante más de tres decenios por la pasión o
prejuicios seculares, son difíciles las actitudes ecuánimes y serenas.
No soy adversario, en principio, de la concesión de
privilegios regionales, pero a condición de que no rocen en lo más mínimo el
sagrado principio de la Unidad Nacional. Sean autónomas las regiones, mas sin
comprometer la Hacienda del Estado. Sufráguese el costo de los servicios
cedidos, sin menoscabo de un excedente razonable para los inexcusables gastos
de soberanía.
La sinceridad me obliga a confesar que este
movimiento centrífugo es peligroso, más que en sí mismo, en relación con la
especial psicología de los pueblos hispanos. Preciso es recordar –así lo
proclama toda nuestra Historia– que somos incoherentes, indisciplinados,
apasionadamente localistas, amén de tornadizos e imprevisores. El todo o nada
es nuestra divisa. Nos falta el culto de la Patria Grande. Si España estuviera
poblada de franceses e italianos, alemanes o británicos, mis alarmas por el
futuro de España se disiparían. Porque estos pueblos sensatos saben sacrificar
sus pequeñas querellas de campanario en aras de la concordia y del provecho
común.
Santiago Ramón y Cajal. El Mundo a los Ochenta
Años. Parte II». Madrid 1934.
Sin comentarios a éstas palabras de uno de los
españoles más grandes de los siglos XIX y XX.
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