Ntra. Sra. la Virgen del Mar, Patrona de Almería Fotografía: Javier Tortosa . |
Ballarín llegó al convento en el año 1925 y tras unos años destinado
en Cádiz, regresó para continuar con su labor de Prior. Le tocó vivir los
momentos dramáticos de los primeros días del Alzamiento, cuando el templo fue
incendiado. Unas horas antes, les había ordenado a los nueve religiosos que
formaban la comunidad que abandonaran el recinto ante el peligro que corrían
sus vidas. Ballarín fue el último en marcharse, después de haber dejado la
imagen de la Virgen del Mar escondida en la casa de los hermanos Pérez
Gallardo, a unos metros del santuario. Fue el último en irse y el primero en
volver cuando terminó la guerra. Doña Mariana del Moral contaba que cuando el
religioso vasco se encontró ante aquellas ruinas, con las piedras calcinadas y
sin rastro de los altares, se arrodilló en el suelo y lloró sin más compañía
que las montañas de escombros que ocupaban el templo.
Ramón Ballarín Arechalde era entonces un hombre de 59 años, en plena
madurez, pero su quebrantada salud le impedía desperdiciar las fuerzas. A pesar
de sus carencias físicas, se tomó la obra como un reto que la Virgen le había
concedido y orientó todos sus esfuerzos en la rehabilitación del templo. Como
no era un trabajo que pudiera hacer en solitario, su primer objetivo fue
despertar la conciencia de los ciudadanos. Su labor propagandística comenzó el
nueve de abril de 1939, organizando una gran ceremonia en la que la imagen de
la Virgen del Mar aparecía como la 'salvadora' de la ciudad. Del traslado de la
Virgen a
la casa de los dominicos hizo un acontecimiento multitudinario que buscaba
remover las conciencias de los personajes pudientes y de las autoridades.
En junio de 1939 Ballarín se propuso habilitar una amplia capilla de
120 metros cuadrados, con entrada por la calle Conde Ofalia, para que de forma
provisional se celebraran allí los actos religiosos. Para conseguir los medios
que necesitaba, dinero y material, se fue a Radio Almería y al diario Yugo para
abrir una suscripción popular en la ciudad. "Que nadie oculte su nombre,
sus dos apellidos, a fin de que todos los hijos de la Patrona de Almería,
absolutamente todos, tengan un puesto de honor en el Libro Grande", decía
el Prior. Quería sensibilizar a las autoridades, a los empresarios importantes
que podían aportar dinero. Cuando veía que le faltaban las ayudas que él pedía,
cuando se desmoralizaba porque muchos le daban la espalda, sacaba fuerzas de
flaqueza y se refugiaba en los medios de comunicación para echar un sermón
lleno de metáforas: "Nos faltan piedras. Piedras vivas para el santuario
de la Patrona. Las inertes canteras de Roquetas y de Alhama abren a porfía sus
entrañas para sustituir las piedras requemadas de sus templos. La cantera viva
de Almería es hora ya de que despierte".
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