miércoles, 15 de enero de 2014

INCREMENTAR EL PATRIMONIO DE NUESTRAS HERMANDADES, AYUDA A LA CRISIS



La Semana Santa es una fiesta que nos conmueve gracias, entre otros, a los imagineros que tallaron las imágenes que son capaces de despertar la emo­ción y de entrar directamente en las entrañas de la conciencia; de los tallistas que labraron esos canas­tos que a veces llegan a ser un Evangelio andante, una Biblia tallada sobre la madera para ilustrar a los fieles sobre la Historia Sagrada donde se apo­senta el Cristo que va sobre esa maravilla neo-barroca, a veces neogótica; de los orfebres que le sacan la punta de la belleza a la plata hasta el pun­to de convertirla en un capricho de la luz; de los bordadores que cubren el terciopelo con ese juego de volutas que nos estremece cuando un palio se aleja en la oscuridad de la noche; de los doradores que cubren con el pan de la luz dorada la madera, hasta el punto de elevarla a la categoría de retablo; de los cereros y los floristas, de todos los que inter­vienen en la creación y la recreación de esta magna obra de arte que nos permite acercarnos a Dios sin dejar de pisar la calle.
Los oficios dejan un beneficio en sueldos que per­miten una vida digna a los artesanos que se dedican a estos menesteres. Los oficios no son un lujo que vaya contra la pobreza que se manifiesta por culpa de la crisis, sino todo lo contrario. Invertir en patrimonio lleva consigo la creación de puestos de trabajo, es decir, el reparto de una riqueza que de otro modo tendría que hacerse por los canales del donativo y la limosna. Estos artesanos, además, conservan unas formas de trabajar la madera o el metal que, si se les da de lado, se perderían irremisiblemente, como ha ocurrido en tantísimos lugares donde es imposible tallar un crucificado o bordar un manto.
Así pues, los oficios generan más beneficios de los que uno podría imaginarse cuando ve esos vara­les repujados, ese canasto tallado y dorado, ese man­to bordado, esa imagen del Cristo o de la Virgen ta­llada. Estos artistas y estos artesanos conservan una manera de elevar el arte a la categoría de la devoción y de la emoción que se ha perdido en multitud de puntos de España y de Europa. Por eso es funda­mental conservar esta manera única de interpretar la religiosidad popular a través de estos oficios que generan, como se ha dicho antes, un beneficio infi­nitamente superior al aparente lujo que provoca el rechazo de quienes no ven más allá de la belleza que subyace en una obra realizada con todo el mimo y el primor que caracteriza a estos profesionales.
Hágase la caridad con los pobres, ayúdese a quien no tiene nada que comer, pero no se olvide que la Semana Santa es grande por los oficios que se han centrado en elevarla por encima de la ca­tegoría de una fiesta donde lo estético no tuviera valor alguno. No es lujo todo lo que reluce. Bajo un manto hay miles de puntadas donde se han de­jado el cariño y el amor por una imagen. No renun­ciemos a una tradición que nos ha costado siglos mantener. Hay espacio para la caridad, y hay sitio para seguir enriqueciendo el patrimonio de las co­fradías de una forma sensata que sea acorde con estos tiempos. No en vano, el beneficio de estos oficios repercute para todos.

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