Retablo de San Jacinto después de la reforma de 1951 |
3. Retablo de estilo
ecléctico de finales del siglo XIX (¿18897-1962)
La calma duró poco, tan sólo cincuenta años. En septiembre de 1868, la
Capilla de los Marineros fue incautada a la cofradía por la Junta
Revolucionaria, pasando las imágenes en un primer lugar al número 59 de la
actual calle Pureza y más tarde, ante las infructuosas gestiones realizadas
para que le fuera devuelta en 187110, a la iglesia del convento de
San Jacinto a fines de 1872 o comienzos de 1873. La iglesia llevaba cuarenta
años cerrada, por lo que antes de encontrar un acomodo digno en el templo los
titulares fueron depositados bien en la sacristía o bien en el coro alto liados
en paños y esterillas, donde permanecieron varios años "en la que
olvidadas de su propia Corporación están al cuidado de algunos devotos".
Con la apertura al culto de la Iglesia en 1879, la todavía desorganizada
hermandad ocupó la capilla de la cabecera de la nave de la epístola.
No
tenemos datos de si los altares de esta primera etapa son los mismos que
conocemos por las fotografías de principios del siglo XX, tampoco sabemos
cuándo se toma la decisión de que el Cristo pase al altar lateral derecho de
esta capilla ocupando la Virgen el testero principal, aunque quizás influyeran
dos hechos: primero el pleito que sostuvo nuestra hermandad con la del Cachorro
en 1889 por la apropiación de nuestra Dolorosa, ya que la Esperanza estuvo
acompañando el Viernes Santo al Cristo de la Expiración desde 1879 a 1888,
siendo devuelta en 1889, lo que provocó que se reforzara la estima y valoración
de la imagen dentro del seno de la corporación; segundo, el incendio de la
Esperanza en su altar el 2 de mayo de 1898, que supuso una tragedia en la
cofradía, y que tras su restauración reforzó aun más el cariño y la devoción
popular que había conquistado desde su reincorporación a los desfiles
penitenciales, provocando quizás que a raíz del incendio se confeccionaran
nuevos altares y la Virgen pasase a ocupar un lugar de privilegio.
El altar del Cristo, realizado en las últimas décadas del siglo XIX,
era de extrema sencillez, en origen era una simple embocadura de madera pintada
en blanco con adornos dorados con un cierto aire ecléctico, la hornacina estaba
entelada en damasco y se cubría por un arco escarzano de cuyo arranque pendían
dos lámparas que escoltaban al Cristo que se situaba sobre una peña de corcho
natural
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