jueves, 10 de noviembre de 2011

SOLO EL AIRE SABE SUS SECRETOS

Fachada del Monasterio de las
Franciscanas Concepcionistas

Cuando los mudéjares acariciaban aquel barro de la Rambla de Alfareros  el cual servia para fabricar los ladrillos que levantaron  los esbeltos y rojizos muros  del Monasterio de las Franciscanas Concepcionistas, que simulaban  la sangre de los mártires cristianos que  fue derramada en la cruzada contra los infieles musulmanes. Pasados cinco siglos con sus respectivos años, meses, semanas, etc…  ellos siguen testigos mudos e intactos de las oraciones y peticiones que son  acogidas  hoy apenas por apenas una veintena de rosas orantes al Creador que perfuman esos Vetustos y rojizos muros que viven para acoger el penetrante aire lleno de Espíritu Divino. En la clausura reposan las horas, rescatadas, intactas, creciendo consigo mismas, como árboles cuajados del más sabroso fruto, por inadvertido. Que pocos lo sepan viene a ser lo mejor de lo bueno. Tal como la jungla es hermosa por impenetrable, la ciudad se gusta por desconocerse y guardarse secreta, allá donde sólo permite entrar su propia luz, la cual entremezclada con un acariciador aire envuelto a encuadernación y a yemas recién hechas, y ese aire penetrador que ayuda a sobrevivir a las rosas del mejor jardín de la creación, es el único que trasporta los suspiros de la oración que brota de lo mas profundo de un puro corazón, hasta la Morada Santa de un único Dios Trino y Verdadero. Solo el sabe los secretos que encierran los muros que su nacimiento estuvo refrescado por la aguas de las alfarerías.

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