sábado, 25 de diciembre de 2010

LA HISTORIA, PUDO SUCEDER ASÍ

Misterio de la Natividad del Señor, Hdad. Santo Sepulcro
Fotografía: E. Jesús Díaz Pérez
      El camino se hizo largo, el jumento no podía tirar mas de lo que podía, pero llegaron a su destino a Belén de Judea. Realizan todos los mandados por los que estaban allí, pero al llegar la noche, comprueban que en la posada no tienen un lugar adecuado para María, que se encontraba en vísperas de dar a luz. Y se refugian en una cueva cercana, lugar donde se resguardaban los pastores en la trashumancia, de paredes ennegrecidas, de suelo sucio y maloliente, con un establo desvencijado, en el que se albergaba un buey. José adecenta un poco el lugar y enciende un fuego a la entrada de la cueva... Y yo os contemplo en este albergue, que para si y para vosotros ha querido Dios...

     Y cuando llega el momento, José se retira discretamente. Muy pronto, María lo llama con voz emocionada alegre. Sin dolor y sin desgarro para ella, derramando gozo y santidad, el Niño acaba de nacer como rayo de sol que atraviesa un claro cristal, como fruta madura que sin esfuerzo se desprende del árbol. El asombro y la emoción los embargan. Y el Hijo de Dios comien¬za a "habitar entre nosotros" (Jn 1, 14). Nuestros ojos mortales pueden ya ver en este Niño al Dios a quien "nadie vio jamás" (Jn 1, 18). Con la ayuda amorosa y torpe de José, María seca y faja al Niño; lo abrazan con devoción y ternura, lo depositan con mimo en el pese¬bre y se quedan en adoración silenciosa, mientras las lágrimas fluyen suavemente de sus ojos deslumbrados.

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