Amaneció como un día cualquiera, no tenía nada de especial, Sandra se alistó para ir al gimnasio con su vecina de la casa de al lado, tomaron el primer tentempié como todos los días en la cafetería de la esquina, cuando salieron y se decidían a entrar en el edificio sintieron un ruido como un trueno, algo totalmente anormal y desagradable para los oídos, empezaron a llover trozos metálicos así como de hormigón, en forma de meteoritos.
Aquello parecía el fin del mundo, solo veían a gente correr, de un lado para otro, sin saber nadie lo que en realidad estaba pasando, estaban envueltas en una marea de humo que comenzó a invadir toda la avenida principal; Sandra y su vecina no sabían donde dirigirse, y menos aún, lo que estaba ocurriendo, el pánico se apoderó de ellas, corrían sin saber donde ir, como si se dirigieran a la nada, como si la lluvia de meteoritos envuelta en esa marea de polvo que tenía como banda sonora grandes explosiones y gritos de pánico a causa de la desesperación de los habitantes de la ciudad, ellas creían por un momento que los habitantes de esas dos torres se habían vuelto locos, cuando observaron que la gente se tiraban por las ventanas.
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